domingo, 29 de septiembre de 2013

Agosto Sumergido.


         
          El verano comienza a retirarse del norte verde que por largos meses ha sentido y demostrado la fuerza vital que el invierno había congelado. Los árboles van adquiriendo los matices del fin del sueño estival, ese  que ha hecho florecer los campos, donde el dorado trigo se acerca ya a la época justa para la cosecha y las manzanas se doran con el último sol.
  
           El ganado cansado de engordar en la floresta se prepara  inconscientemente a ser diezmado, para así sobrevivir las granjas al invierno que nos sonríe desde la esquina hacia la que caminamos; mientras los botes a vela o a motor se deslizan casi por última vez en el agua que acoge a los retrasados bañistas que aún quedan en la orilla.

        Las calles se vacían de minifaldas y se llenan de chaquetas, las sandalias se transforman lentamente en zapatos y los helados en espresso, en las cafeterías de Gamla Stan.

          Los cuervos anuncian el contraste del blanco plumaje del invierno contra la negra nieve que los cubre. Las miradas buscan la compañía de viajeros invernales y la locura del sol comienza a escapar de los hermosos rostros de la gente del norte.

       Comienzan las responsabilidades, vuelven las clases, los trenes pasan con más frecuencia. Las flores se recogen y las manzanas maduran, mientras en la mesa cotidiana los grandes camarones le hacen compañía a los manjares restantes del verano. Es otoño y los días se hacen cortos en la bella Estocolmo, que aún se debate para continuar viviendo con la intensidad del verano y no caer abatida por el letargo del invierno.

       Esta ciudad se compromete con el sol en sus muros cansados de ver pasar el tiempo. Se compromete con la risa de quienes visitan por última vez el parque de diversiones Gröna Lund, para asistir a los conciertos de verano que ya casi  terminan. También firma un pacto con la memoria, en cada rostro que ha visto pasar verano y primavera sin esperar por nadie.
   
     Caminar por Estocolmo es toda una experiencia, los lugares son sueños separados por lagos y brazos de mar, que tejen islas como esmeraldas en la filigrana delgada que desde el cielo se deja ver entre las nubes. Djurgården en verano, el parque de Belmont, Skansen, el verde por doquier y los gordos patos volando sin miedo a cazadores ni a pedradas. Hornstull, con el increíble club  Trädgarden. Con Longholmen y sus fiestas, con tantos sitios que hacen imposible nombrar y recordar, por eso es que a Estocolmo no se la visita, se tiene un romance con ella, se la conoce, luego se le ama y en días como hoy, en que la noche se hace fría por primera vez también se le teme.
         Los puentes desnudos al sol y al viento, que han visto pasar enamorados y bicicletas. Metborgarplatsen con sus bares y sus recodos, con los árboles cansados ya de sostener el verde, que miran a los últimos asistentes a la fiesta gastar un poco más sus trajes estivales en la altura del Skrapan.
       

       Volveré a volar al norte, eso me asegura el otro yo, ese que se oculta en la otra ciudad en que a veces vivo. Volveré, porque es necesario, porque es un argumento inexpugnable el decir que vivir en Estocolmo es más que recomendable, pasar unos meses aquí es completamente necesario.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Cotidianos Desconocidos. Sentimientos Asesinos.





          Continuamos caminando como si nada hubiera pasado, a pesar de que esta sería nuestra última conversación; nuestra última noche. Lo intuía por el espacio que -por primera vez en nuestras caminatas- nos separaba. No reía como antes y yo tampoco llenaba con comentarios absurdos los vacíos de la conversación cotidiana, que esta noche se había reducido a una artillería de preguntas disparadas al aire y recibidas con monosílabos o con ironía descarada.

          Había intentado besarla y había sido olímpicamente rechazado. Con una mirada de “Seriously?” en sus ojos azules que tanto me atraen, me había explicado desde un principio que no quería involucrarse y que además no le agradaba de forma romántica mi persona, lo que me había hecho intentar con más ahínco el conquistarla.

          Había intentado besarla, la había tomado de la cintura y la había mirado a los ojos. Lo extraño es que me había mirado y no se apartó cuando vio hacia donde iban mis intenciones. De hecho, ahora que lo pienso, creo que esperaba mi movimiento para tener una excusa que le permitiera -sin remordimientos-  no volver a verme.

          Quizás me equivoqué, ya que por estos días la confianza en mí mismo no ha andado muy bien. Cada sonrisa entregada al azar es una mueca y cada palabra amable un desaire. Es  que el amor no correspondido es un enjambre de balas que de los cielos baja disparada por nosotros mismos. Por eso menosprecio mi valía, a pesar de que el rechazo recibido no tiene margen de error posible.

           Su pelo negro enmarcaba su rostro inescrutable, sus manos aferraban el vacío y mi alma no era más que un gelatinoso moho esparcido por el suelo.

          Sus dientes se ocultaron de mi vista desde que mis labios saludaron su boca por un instante.
         No volvería a sonreírme.

          Había llegado a la ciudad hace algunos meses, la conocí por una amiga en común. En esos tiempos yo buscaba algo más que un affaire; de hecho, estaba más interesado en salir de fiesta y recorrer la ciudad, que en tener una relación.
Pero, sin buscarlo, me conquistó con su falta de atención, con su inteligencia y sarcasmo, que utiliza como un arma poderosa cuando la ocasión permite que su boca lance rosas con espinas a la conversación.
 Es menuda, pero de curvas agradables. No voluptuosa; bella; aunque el problema de las mujeres así, es que al conocer lo que provocan en los hombres, sobrevalorizan su belleza, lo que las convierte en tipas lejanas y difíciles de conquistar. Generalmente también las vuelve solitarias. 

          Siempre vestía diferente. Era difícil arreglarse para salir con ella, ya que se fijaba en zapatos y en ropa; en el aspecto personal de quien la acompañaba por un momento.
Cálida y amable, era una mujer misteriosa de la que se intuía que había muchísimo más que lo que mostraba libremente a los ojos del mundo.

          Había intentado besarla y había sido rechazado. Pero a veces, el desamparo de alejarte de quien ha tocado esa fibra sensible, que lleva a cambiar de opinión y paradigma, es más aceptable que la cercanía de unos labios que jamás serán tuyos. Ese era el destino que me esperaba estando a su lado. Ser su novio sin besar jamás su boca.  Un desvarío; un amor sin tener jamás contacto físico más que un amistoso abrazo.
Por eso, mientras se aleja al espacio vacío en el que jamás la veré de nuevo, comprendo que a final de cuentas es un favor el que me hace, ya que así puedo utilizar en mí el tiempo que quería gastar en ella.

             Las calles vacías se llenaban de gente y en T Centralen las valijas de los viajeros se transformaban en risas esa tarde, esperando la llegada de la noche. El pulcro corazón del sistema de transporte de Estocolmo, esperaba con ansias la llegada de la fiesta del viernes, en que la ciudad se viste de gala para destruir prejuicios en burbujas de alcohol.
              Ella lo mira de reojo, mientras él, con la mirada perdida, se sume en sus pensamientos. Caminan  por inercia hacia el pendeltåg que los llevará de vuelta a casa. Había intentado besarla y ella - que se había sentido cohibida por la cercanía, pero insultada por lo que el roce de sus labios habían provocado- había dicho desde el primer momento que solo quería una relación de amistad.
Pero al parecer él nunca lo había entendido y solo había murmurado lo mismo que ella para no perderla. Ahora  lo sabía; como también sabía lo que sucedía en su pecho; por eso se había enojado y, furiosa, lo había empujado.
 Sin embargo había dudado solo un segundo; el momento más largo de su historia; estuvo a punto de caer en tentación y abrir la boca para recibir el impacto de su lengua. Mientras los vellos de su espalda se erizaban,  sus pupilas se habían dilatado y su pulso aceleraba cercano a la taquicardia. Todas las alarmas de su cuerpo se tensaban al impacto del beso; por eso lo había rechazado con un empujón de ambas manos;  no quería enamorarse, no quería sentir y perderse, no estaba lista para intentarlo y no quería perder su independencia.  Aunque tampoco podía dejar de pensar en sus labios acercándose y rozando su boca; no podía no pensar en la fuerza con la que la había tomado de la cintura, en aquel íntimo contacto del único beso posible entre ellos; en el dulce y salado sabor de su boca, mientras el miraba las vitrinas y se perdía en eternas preguntas sin respuesta, pensando en todo y nada al mismo tiempo; con  sus labios tornados en un enloquecido caleidoscopio de sensaciones, luego del contacto del ínfimo beso.
            Ella sube al tren sin despedirse. Él se encamina  a un bar para sentarse en la barra, luego de la refrescante caminata que por fin permite que oxígeno limpio llegue a su cerebro y baje las revoluciones de sus inconexas ideas. Ordena una cerveza mientras ella, aferrada a su bolso mira su reflejo en la ventana del tren. Con solo sombras como compañeros de viaje; abandonada a sentir por un momento; luego de borrar su número de la memoria del celular y de haberlo bloqueado en Facebook, desde  el mismo asiento en que viaja veloz a casa.
            Entra silenciosa para no despertar a su familia, dejando los rojos zapatos en la entrada,  mientras él pide la segunda ronda y comienza a conversar con esa rubia que le sonríe sin cavilaciones.
          Cuando se acostó desnuda y silenciosa, se abrazó las rodillas y se permitió cerrar los ojos y pensar nuevamente en el contacto que quedaba como recuerdo del último encuentro. Se daba cuenta de que se había equivocado; con sus eternas atenciones sin recibir nada a cambio la había enamorado. Lo comprendía ahora, mientras  una lágrima rodaba amarga hasta la almohada y su pecho se fundía en el recuerdo de unos labios que no le pertenecían.
Sabiendo que no volvería a verlo, porque no se atrevía a buscarlo ahora que se había ido, imaginaba quizás donde estaría. Probablemente solo como ella en casa. Mientras, él galopaba sobre la rubia que lo miraba con deseo, acribillada por el asalto de los ansiosos besos que tanto tiempo para otra había guardado.