Continuamos caminando como si nada
hubiera pasado, a pesar de que esta sería nuestra última conversación; nuestra
última noche. Lo intuía por el espacio que -por primera vez en nuestras
caminatas- nos separaba. No reía como antes y yo tampoco llenaba con
comentarios absurdos los vacíos de la conversación cotidiana, que esta noche se
había reducido a una artillería de preguntas disparadas al aire y recibidas con
monosílabos o con ironía descarada.
Había intentado besarla y había sido
olímpicamente rechazado. Con una mirada de “Seriously?” en sus ojos azules que
tanto me atraen, me había explicado desde un principio que no quería
involucrarse y que además no le agradaba de forma romántica mi persona, lo que
me había hecho intentar con más ahínco el conquistarla.
Había intentado besarla, la había
tomado de la cintura y la había mirado a los ojos. Lo extraño es que me había
mirado y no se apartó cuando vio hacia donde iban mis intenciones. De hecho,
ahora que lo pienso, creo que esperaba mi movimiento para tener una excusa que
le permitiera -sin remordimientos- no
volver a verme.
Quizás me equivoqué, ya que por estos
días la confianza en mí mismo no ha andado muy bien. Cada sonrisa entregada al
azar es una mueca y cada palabra amable un desaire. Es que el amor no correspondido es un enjambre
de balas que de los cielos baja disparada por nosotros mismos. Por eso
menosprecio mi valía, a pesar de que el rechazo recibido no tiene margen de
error posible.
Su pelo negro enmarcaba su rostro
inescrutable, sus manos aferraban el vacío y mi alma no era más que un
gelatinoso moho esparcido por el suelo.
Sus dientes se ocultaron de mi vista
desde que mis labios saludaron su boca por un instante.
No volvería a sonreírme.
Había llegado a la ciudad hace
algunos meses, la conocí por una amiga en común. En esos tiempos yo buscaba
algo más que un affaire; de hecho, estaba más interesado en salir de fiesta y recorrer
la ciudad, que en tener una relación.
Pero, sin
buscarlo, me conquistó con su falta de atención, con su inteligencia y
sarcasmo, que utiliza como un arma poderosa cuando la ocasión permite que su
boca lance rosas con espinas a la conversación.
Es menuda, pero de curvas agradables. No
voluptuosa; bella; aunque el problema de las mujeres así, es que al conocer lo
que provocan en los hombres, sobrevalorizan su belleza, lo que las convierte en
tipas lejanas y difíciles de conquistar. Generalmente también las vuelve
solitarias.
Siempre vestía diferente. Era difícil
arreglarse para salir con ella, ya que se fijaba en zapatos y en ropa; en el
aspecto personal de quien la acompañaba por un momento.
Cálida y amable,
era una mujer misteriosa de la que se intuía que había muchísimo más que lo que
mostraba libremente a los ojos del mundo.
Había intentado besarla y había sido
rechazado. Pero a veces, el desamparo de alejarte de quien ha tocado esa fibra
sensible, que lleva a cambiar de opinión y paradigma, es más aceptable que la
cercanía de unos labios que jamás serán tuyos. Ese era el destino que me
esperaba estando a su lado. Ser su novio sin besar jamás su boca. Un desvarío; un amor sin tener jamás contacto
físico más que un amistoso abrazo.
Por eso,
mientras se aleja al espacio vacío en el que jamás la veré de nuevo, comprendo
que a final de cuentas es un favor el que me hace, ya que así puedo utilizar en
mí el tiempo que quería gastar en ella.
Las calles vacías se llenaban de
gente y en T Centralen las valijas de los viajeros se transformaban en risas
esa tarde, esperando la llegada de la noche. El pulcro corazón del sistema de
transporte de Estocolmo, esperaba con ansias la llegada de la fiesta del
viernes, en que la ciudad se viste de gala para destruir prejuicios en burbujas
de alcohol.
Ella lo mira de reojo, mientras
él, con la mirada perdida, se sume en sus pensamientos. Caminan por inercia hacia el pendeltåg que los llevará
de vuelta a casa. Había intentado besarla y ella - que se había sentido
cohibida por la cercanía, pero insultada por lo que el roce de sus labios
habían provocado- había dicho desde el primer momento que solo quería una
relación de amistad.
Pero al parecer
él nunca lo había entendido y solo había murmurado lo mismo que ella para no
perderla. Ahora lo sabía; como también
sabía lo que sucedía en su pecho; por eso se había enojado y, furiosa, lo había
empujado.
Sin embargo había dudado solo un segundo; el momento
más largo de su historia; estuvo a punto de caer en tentación y abrir la boca
para recibir el impacto de su lengua. Mientras los vellos de su espalda se
erizaban, sus pupilas se habían dilatado
y su pulso aceleraba cercano a la taquicardia. Todas las alarmas de su cuerpo se
tensaban al impacto del beso; por eso lo había rechazado con un empujón de
ambas manos; no quería enamorarse, no
quería sentir y perderse, no estaba lista para intentarlo y no quería perder su
independencia. Aunque tampoco podía
dejar de pensar en sus labios acercándose y rozando su boca; no podía no pensar
en la fuerza con la que la había tomado de la cintura, en aquel íntimo contacto
del único beso posible entre ellos; en el dulce y salado sabor de su boca,
mientras el miraba las vitrinas y se perdía en eternas preguntas sin respuesta,
pensando en todo y nada al mismo tiempo; con
sus labios tornados en un enloquecido caleidoscopio de sensaciones,
luego del contacto del ínfimo beso.
Ella sube al tren sin despedirse.
Él se encamina a un bar para sentarse en
la barra, luego de la refrescante caminata que por fin permite que oxígeno
limpio llegue a su cerebro y baje las revoluciones de sus inconexas ideas. Ordena
una cerveza mientras ella, aferrada a su bolso mira su reflejo en la ventana
del tren. Con solo sombras como compañeros de viaje; abandonada a sentir por un
momento; luego de borrar su número de la memoria del celular y de haberlo
bloqueado en Facebook, desde el mismo
asiento en que viaja veloz a casa.
Entra silenciosa para no despertar
a su familia, dejando los rojos zapatos en la entrada, mientras él pide la segunda ronda y comienza
a conversar con esa rubia que le sonríe sin cavilaciones.
Cuando se acostó desnuda y silenciosa,
se abrazó las rodillas y se permitió cerrar los ojos y pensar nuevamente en el
contacto que quedaba como recuerdo del último encuentro. Se daba cuenta de que
se había equivocado; con sus eternas atenciones sin recibir nada a cambio la
había enamorado. Lo comprendía ahora, mientras
una lágrima rodaba amarga hasta la almohada y su pecho se fundía en el
recuerdo de unos labios que no le pertenecían.
Sabiendo que no volvería a verlo, porque no se atrevía
a buscarlo ahora que se había ido, imaginaba quizás donde estaría.
Probablemente solo como ella en casa. Mientras, él galopaba sobre la rubia que
lo miraba con deseo, acribillada por el asalto de los ansiosos besos que tanto
tiempo para otra había guardado.