jueves, 26 de septiembre de 2013

Cotidianos Desconocidos. Sentimientos Asesinos.





          Continuamos caminando como si nada hubiera pasado, a pesar de que esta sería nuestra última conversación; nuestra última noche. Lo intuía por el espacio que -por primera vez en nuestras caminatas- nos separaba. No reía como antes y yo tampoco llenaba con comentarios absurdos los vacíos de la conversación cotidiana, que esta noche se había reducido a una artillería de preguntas disparadas al aire y recibidas con monosílabos o con ironía descarada.

          Había intentado besarla y había sido olímpicamente rechazado. Con una mirada de “Seriously?” en sus ojos azules que tanto me atraen, me había explicado desde un principio que no quería involucrarse y que además no le agradaba de forma romántica mi persona, lo que me había hecho intentar con más ahínco el conquistarla.

          Había intentado besarla, la había tomado de la cintura y la había mirado a los ojos. Lo extraño es que me había mirado y no se apartó cuando vio hacia donde iban mis intenciones. De hecho, ahora que lo pienso, creo que esperaba mi movimiento para tener una excusa que le permitiera -sin remordimientos-  no volver a verme.

          Quizás me equivoqué, ya que por estos días la confianza en mí mismo no ha andado muy bien. Cada sonrisa entregada al azar es una mueca y cada palabra amable un desaire. Es  que el amor no correspondido es un enjambre de balas que de los cielos baja disparada por nosotros mismos. Por eso menosprecio mi valía, a pesar de que el rechazo recibido no tiene margen de error posible.

           Su pelo negro enmarcaba su rostro inescrutable, sus manos aferraban el vacío y mi alma no era más que un gelatinoso moho esparcido por el suelo.

          Sus dientes se ocultaron de mi vista desde que mis labios saludaron su boca por un instante.
         No volvería a sonreírme.

          Había llegado a la ciudad hace algunos meses, la conocí por una amiga en común. En esos tiempos yo buscaba algo más que un affaire; de hecho, estaba más interesado en salir de fiesta y recorrer la ciudad, que en tener una relación.
Pero, sin buscarlo, me conquistó con su falta de atención, con su inteligencia y sarcasmo, que utiliza como un arma poderosa cuando la ocasión permite que su boca lance rosas con espinas a la conversación.
 Es menuda, pero de curvas agradables. No voluptuosa; bella; aunque el problema de las mujeres así, es que al conocer lo que provocan en los hombres, sobrevalorizan su belleza, lo que las convierte en tipas lejanas y difíciles de conquistar. Generalmente también las vuelve solitarias. 

          Siempre vestía diferente. Era difícil arreglarse para salir con ella, ya que se fijaba en zapatos y en ropa; en el aspecto personal de quien la acompañaba por un momento.
Cálida y amable, era una mujer misteriosa de la que se intuía que había muchísimo más que lo que mostraba libremente a los ojos del mundo.

          Había intentado besarla y había sido rechazado. Pero a veces, el desamparo de alejarte de quien ha tocado esa fibra sensible, que lleva a cambiar de opinión y paradigma, es más aceptable que la cercanía de unos labios que jamás serán tuyos. Ese era el destino que me esperaba estando a su lado. Ser su novio sin besar jamás su boca.  Un desvarío; un amor sin tener jamás contacto físico más que un amistoso abrazo.
Por eso, mientras se aleja al espacio vacío en el que jamás la veré de nuevo, comprendo que a final de cuentas es un favor el que me hace, ya que así puedo utilizar en mí el tiempo que quería gastar en ella.

             Las calles vacías se llenaban de gente y en T Centralen las valijas de los viajeros se transformaban en risas esa tarde, esperando la llegada de la noche. El pulcro corazón del sistema de transporte de Estocolmo, esperaba con ansias la llegada de la fiesta del viernes, en que la ciudad se viste de gala para destruir prejuicios en burbujas de alcohol.
              Ella lo mira de reojo, mientras él, con la mirada perdida, se sume en sus pensamientos. Caminan  por inercia hacia el pendeltåg que los llevará de vuelta a casa. Había intentado besarla y ella - que se había sentido cohibida por la cercanía, pero insultada por lo que el roce de sus labios habían provocado- había dicho desde el primer momento que solo quería una relación de amistad.
Pero al parecer él nunca lo había entendido y solo había murmurado lo mismo que ella para no perderla. Ahora  lo sabía; como también sabía lo que sucedía en su pecho; por eso se había enojado y, furiosa, lo había empujado.
 Sin embargo había dudado solo un segundo; el momento más largo de su historia; estuvo a punto de caer en tentación y abrir la boca para recibir el impacto de su lengua. Mientras los vellos de su espalda se erizaban,  sus pupilas se habían dilatado y su pulso aceleraba cercano a la taquicardia. Todas las alarmas de su cuerpo se tensaban al impacto del beso; por eso lo había rechazado con un empujón de ambas manos;  no quería enamorarse, no quería sentir y perderse, no estaba lista para intentarlo y no quería perder su independencia.  Aunque tampoco podía dejar de pensar en sus labios acercándose y rozando su boca; no podía no pensar en la fuerza con la que la había tomado de la cintura, en aquel íntimo contacto del único beso posible entre ellos; en el dulce y salado sabor de su boca, mientras el miraba las vitrinas y se perdía en eternas preguntas sin respuesta, pensando en todo y nada al mismo tiempo; con  sus labios tornados en un enloquecido caleidoscopio de sensaciones, luego del contacto del ínfimo beso.
            Ella sube al tren sin despedirse. Él se encamina  a un bar para sentarse en la barra, luego de la refrescante caminata que por fin permite que oxígeno limpio llegue a su cerebro y baje las revoluciones de sus inconexas ideas. Ordena una cerveza mientras ella, aferrada a su bolso mira su reflejo en la ventana del tren. Con solo sombras como compañeros de viaje; abandonada a sentir por un momento; luego de borrar su número de la memoria del celular y de haberlo bloqueado en Facebook, desde  el mismo asiento en que viaja veloz a casa.
            Entra silenciosa para no despertar a su familia, dejando los rojos zapatos en la entrada,  mientras él pide la segunda ronda y comienza a conversar con esa rubia que le sonríe sin cavilaciones.
          Cuando se acostó desnuda y silenciosa, se abrazó las rodillas y se permitió cerrar los ojos y pensar nuevamente en el contacto que quedaba como recuerdo del último encuentro. Se daba cuenta de que se había equivocado; con sus eternas atenciones sin recibir nada a cambio la había enamorado. Lo comprendía ahora, mientras  una lágrima rodaba amarga hasta la almohada y su pecho se fundía en el recuerdo de unos labios que no le pertenecían.
Sabiendo que no volvería a verlo, porque no se atrevía a buscarlo ahora que se había ido, imaginaba quizás donde estaría. Probablemente solo como ella en casa. Mientras, él galopaba sobre la rubia que lo miraba con deseo, acribillada por el asalto de los ansiosos besos que tanto tiempo para otra había guardado.

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