Me puse a recorrer las calles
vacías de comercio y repletas de borrachos, observando los estragos de una
noche de miércoles, el impactante el cambio de la ciudad, o mejor dicho del
habitante, ya que luego del acostumbrado frio semblante de la gente de Estocolmo
podemos ver un poco de alegría en sus rostros, mientras la noche termina y luego
de la agradable velada uno a uno los bares comienzan a cerrar.
Una rubia platinada con pinta de modelo de
pasarela baila ebria pole dance con el fierro de un disco pare, frente a Spy
bar. Un hombre fuma sentado en la vereda, con cara de perdido. Mucha gente
duerme en las puertas de los grandes almacenes, rogando por unas monedas para
continuar su miseria. No se ve delincuencia y eso es una gran cosa, pero si
grupos de inmigrantes africanos segregados
y solitarios, en las esquinas. Fumando un compartido cigarro, esperando a que el día comience para buscar
una solución inexistente a sus problemas.
La gente busca su rumbo, como perdidas
hormigas, luego de que se borrara con insecticida el camino que debían realizar
para volver a su nido. Las estaciones
del metro se cierran y la gente queda en la calle, esperando en cualquier
lugar, ya que el servicio de buses no es completo, los taxis además son caros,
así que la alternativa es entrar a algún 7 eleven o MacDonald´s, los que no
serán gran cosa, pero continuan abiertos las veinticuatro horas. Aquí vuelven a
aparecer los ciudadanos que no están contados en las encuestas, en grupos
entran, asiáticos que toman redbull, latinos que fuman y toman café, africanos
que se sientan a esperar con mirada de resignación, con las valijas aun siendo
cargadas, sin tener donde ir, ya que la ciudad de madrugada muestra una cara
que no sale en las noticias, una cara que tiene jóvenes suecas con vestidos de
fiesta y que caminan ebrias buscando a sus perdidos amigos, con policías en
grupo tomando café en un minimarket, con asientos que solo pueden ser usados
por ellos, con los empleados de la ciudad lavando las aceras, con algunas
prostitutas que pululan cerca de las avenidas y con el cielo que pronto se
aclara.
Se transforma en ciudad real el
increible espectáculo que es Estocolmo, dura de noche, pero no tanto como para parecerse
a otras urbes, ya que algo falta para tener la tristeza de las ciudades de
latinoamérica o las principales capitales donde la vida es más esquiva, acá no
hay niños de la calle pidiendo monedas o vendiendo flores, aca no hay jaurías
de perros vagos que atacan a los taxis, acá no se ven fumadores de crack en
cada esquina ni nadie le dispara a la demás gente sin razón aparente. Pero a
pesar de lo que se crea que aparezca esto no es culpa de los inmigrantes sino
de la diferencia entre los segregados habitantes de la ciudad que viven en
barrios distintos dependiendo de su origen y que además son tratados
dependiendo de su origen, porque los paíces desarrollados olvidan que la mano
de obra barata que usan sus empresas en el tercer mundo son los padres de estos
inmigrantes, porque olvidan que para que este estilo de vida pueda ser posible
se explota y se exprime el territorio de donde esta gente proviene.
Sin duda para evitar que sucedan en
esta sociedad los terribles eventos como la decapitación del soldado británico
en plena calle o las matanzas habituales de estados unidos deben cambiar las
políticas distintas acerca de los orígenes de los ciudadanos de Estocolmo, ya
que es la única manera de frenar el resentimiento que se respira en las calles,
mientras las estaciones se abren y todos vuelven a sus casas, con caras de
cansancio luego de la jornada de trabajo, con caras de dañados luego de la
jornada de juerga o con cara de vacío, quienes buscaron todo el día una
oportunidad y ahora marchan a otro lugar, buscando al azar donde puedan pasar
el día.
Conocí a dos hermanos de Nigeria que
venían de trabajar en España donde por culpa de la recesión ya no tenían
trabajo, se fueron con sus maletas quien sabe donde, mientras mi espera
terminaba con la llegada del día, así que por fin tomé el tren para poder ir a
descansar, entendiendo de mejor manera el funcionamiento de la sociedad,
entendiendo que no existe el paraíso, aunque sin duda este lugar es en muchos
aspectos mejor que otros que he conocido, ya que caminé por sus calles sin ver
peleas, asaltos, sin ver niños de la calle, sin ver pandillas ni perros vagos,
solo viendo alcohol y fiesta, orden, seguridad, pero todo acompañado por una invisible
pero palpable desigualdad.