El tiempo se comporta
como el agua, muta y cambia.
Cuando el apuro nos
corroe los segundos se atropellan,
burbujeantes saltos y
cascadas en la perdición de los instantes.
En la espera transitamos
por manglares,
ausentes casi de
marea y movimiento,
perdidos entre las
marañas de palabras pronunciadas en nuestras cabezas. Esas que disuelven nuestro cuerpo.
Las horas son
esferas, copos de nieve que caen sobre las heridas.
La nieve se aglomera
en la memoria, en el desconcierto silente de volar a la deriva.
Los minutos son
pistones, carraspeos de hielo en la negrura
, son instantes entre
danzas pasajeras.
Vendavales y
quimeras, sin rostro.
Son despojos de
segundos y promesas de las horas.
El día no es más que
una doncella descalza que baila sobre espinas,
con la sonrisa torcida de quien sabe que no
volverá a pisar sus propios pasos.
La vida es la cresta
de una ola, el vuelo que precede a la caída.