La ciudad solo crece o se
transforma, nunca cambia, sin embargo la gente, el habitante cotidiano de sus
calles si lo hace, diariamente muta, pues el ser urbano es una suerte de camaleón,
de caleidoscopio, de diferentes puntos de vista. Una marioneta de la moda y una
disculpa para el sistema.
El péndulo en el que el sol y la luna
compiten por la supremacía también interfiere con el ciudadano y con el estilo
y características psicológicas de el organismo vivo que es la ciudad completa, Algunos
entran en reposo, encerrados en las antiguas casas de Estocolmo o de los
suburbios, en las que segregados cada vez más viven los inmigrantes, pero otros
abandonan sus madrigueras y pululan ya rumbo a las estaciones en las que desde
el inframundo que es el metro se puede subir al espectáculo de la noche, en los
barrios de moda que aparecen en la ciudad.
En las horas sin luz la gente se ha
transformado y lucen cual aves en temporada de apareamiento sus mejores galas,
para impresionar a los demás con sus vistosas vestimentas. Son atraídos los unos hacia los otros ahora,
con una suerte de fuerza centrípeda, como la que atrae la luna a la tierra, no
permitiendo que salga disparada hacia el espacio, como en una onda de choque,
como no ocurre generalmente en esta ciudad, ya que los ciudadanos se
transforman en las noches de alcohol de
estoicas estatuas a salmones desovando, convirtiendo los rostros frios en fábricas
de feromonas que esparcen su polución deliciosa en el cerrado aire de los
vagones del tunelbana.
Aparece el alcohol comprado de antemano en
los ridículos system boludos (Cristian Vila) reemplazando las eternas
conversaciones sin importancia por la mensajería del iphone de moda que casi
todos tienen, es que, de lunes a viernes la gente no se mira, no se dice nada,
no hace gestos, no pregunta e intenta relacionarse lo menos posible con los
demás, pero el sábado una suerte de día libre de moral se da en ellos y los
cuerpos se disparan los unos contra los otros, aunque sin embargo, las buenas
costumbres persisten y se rechazan justamente antes de que la interacción
ocurra. Aun así, es muy divertido ver a las rubias platinadas, con decolorados
cabellos cercano al blanco y cuerpos perfectos y bellas chicas de todos los
orígenes muestran sus atributos de la mejor manera posible, mirando a los
galanes de turno, mientras ellos las miran como siempre, dispuestos como
cuervos a tomar la presa más cercana. La
noche madura y la ciudad se marea en las burbujas de alcohol que se reparten
por las calles más concurridas.
Slussen se llena de cuervos que se
confunden con la negrura de la noche, las caras se disfrazan ya de oscuridad en
las miradas. Provienen de todas las latitudes y cada cual está ya más dañado
que el anterior, pero con la confianza de dos copas de más, acercándose seguros en negras bandadas a saborear un
trozo de la carne moribunda de una alcoholica presa.
Cuervos todos, cuervos devorando cuervos.
Sobrevive también la mañana todavía en las
miradas, pero cada vez es más tenue el recuerdo y el alivio de un prometido
amanecer que no tiene intención de aparecer, o cuando el cielo lento se empieza
a clarear en el este se entiende que es la noche la que no quiere abandonar su reinado
y que retrasa el avance del sol, que sin embargo se acerca sin prisa para teñir
de color al mundo.
Al momento en que el blanco y negro de la
noche es remplazado por el día aparecen a la vista plazas repletas de flores y
se descubren árboles con todas las tonalidades posibles de verde, rodeando cada
rincón excento de concreto, mientras las revoluciones bajan y los latidos de
los alocados corazones se aquietan, intuyendo que la noche ya termina y que hay
que tomar una serie de desiciones consultando lo menos posible con el
alcoholico amigo que se adueña de cada estómago, aparece entonces el
requerimiento de la carne para compensar el ritmo perdido en la retirada del
imperio de la noche, ya que nada oculta peor la realidad que dos copas en el
cuerpo.
Las parejas se arman y se desarman, muchos
duermen en el metro, derrotados o solitarios, acompañados o triunfantes,
borrachos o estoicos, pero todos habiendo dejado olvidado en algún vaso el
stress de la semana, ya que este relajo del sábado por la noche es lo que
permite que la ciudad siga su curso y cada cosa sea más fácil de soportar y de
querer, aunque los ciudadanos de la
Venecia del norte están alienados en su realidad y no notan
realmente la suerte que tienen de respirar el aire de estas latitudes y de
vivir aquí, segregados a veces, ya que por fin las diferencias son notorias en
el día que comienza, cuando los suecos pasan ebrios buscando un taxi y los
inmigrantes esperan a que el día comience de nuevo en algún supermercado
abierto las veinticuatro horas o esperan a que vuelva a correr el tren por los
gastados rieles para regresar a sus guetos en los suburbios. Aunque por lo
menos por un par de estaciones todos comparten el mismo tren, pero mientras más
se aleja este del centro más oscura se pone la piel de sus ocupantes, mientras
que la gente se sacia de sociedad en este último instante de la ya lejana
noche, pues al despertar el domingo la buena onda se cuelga junto con los
vestidos y camisas de fiesta, para solo volver a aparecer cuando la semana
termine y los rostros vuelvan a tornarse expresivos y alegres, por unas horas
en que ya nada es importante y la vida es fácil.
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