lunes, 28 de abril de 2014

Despedida

Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida, como cada latido contenido en esa palabra inmaterial que no se dice ni se piensa, solo se entiende en el rincón más profundo del alma cuando se busca una expresión que llene el espacio vacío en la distancia. En el adiós.
Llueve intensamente ahora, mientras el aire ralo entre las gotas moja mis esperanzas de que el tren vuelva, porque ya se pierde casi de la vista. Como me perdí, cuando la espuma del último café todavía no terminaba de enfriarse y cuando su mano todavía no se apartaba de mi vista. Ya la extraño.
Extraño su sombrero añil que le cubría sus negros rizos de la lluvia, extraño sus botas empapadas y la broma que me dedicó en la despedida. Extraño también el que fui con ella, el loco, el niño, el hombre que le hablaba claro temas que ni yo entendía; es que, al estar con alguien como ella no puedes ser menos que la mejor versión de ti mismo. Por eso, se aleja y quedo muerto.
El tren se fue, ya ni su ruido metálico persiste, otros seres sin vida abandonan solos la estación. Camino despacio, fumando un oculto cigarro que solo me permito ahora que no está.
La casa me espera con colores diluidos. Esas cenizas del amor que ya murió quedarán conmigo, como habitantes cotidianos del vacío espacio en que no estamos más.

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