lunes, 17 de noviembre de 2014

Destierro

El andén se ha borrado de mi vista,
las murallas siguen pareciendo frías.

Caminamos despacio.
Aletargados, distantes.
Caminamos cansados, entre abedules marchitos,
entre hogueras dispersas,
en primaveras detenidas, en laureles infinitos.

Nos perdimos corriendo al encuentro del último abrazo.
Como aquella mañana en que el hielo cubrió las palabras que deberíamos habernos dicho.
Como aquella tarde en que París no era más que  una promesa entre huérfanos malditos.

Nos perdimos.

Como se pierden las horas tapizadas de momentos,
como se pierden las palabras al memorizar el alfabeto.
Como se pierde la llovizna entre lágrimas que nunca salieron de los ojos.

Reiré de nuevo, lo sé.
O por lo menos eso es lo que me dicen.
Eso es lo que quieren hacerme creer quienes no han visto tu rostro.
Somos otros.

Nunca más los mismos.

Somos recuerdos de momentos que nunca han existido.
Somos vendaval o fuego contenido.
Como el de las palabras que no llegaste a decir nunca.
Por miedo a tal vez cual monstruo,
 que como en un cuento de Lovecraft no pudimos ver
 hasta cuando la razón nos escupió que ya era tarde.

Los sueños son lobos que persigo.
Demasiado superfluos como para dejar huellas en la nieve.
Demasiado inciertos.
 Como los sueños que se esfuman de tanto ser culpables de ser sueños.
Sueños infinitos,
 que se apilan en las hojas cansadas de esperar las cartas que no pienso escribirte.
Musa traicionera y rancia.
Tus vestidos cubiertos de herrumbre son los faroles que me elevan al abismo.

Tu imagen ya no es más que una resaca.
Tus ojos no.
                Tus ojos siguen siendo mitad vivos.
Fuegos fatuos que me guían al destierro.

Son mi sangre que se seca al despertar, cansado de soñarte.
Miel amarga,
voz cortante.
Flor glacial.

Nada tiene sentido si no estás ahí para rechazar mi mano.

Nada me ofreciste.

Nada me diste.

Nada me dejaste.




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