jueves, 27 de enero de 2011

Sudor y noche

El resplandor de un rayo ilumina la alfombrada vastedad de tu alcoba y te alejas de un extraño sueño con un sobresalto, la lluvia azota los cristales de las grandes ventanas y el brillo mate de la luna deja entrever las lejanas montañas y el oscuro bosque que casi engulle los jardines de la mansión.
Sientes el sudor en la palma de tu mano cuando levantas el teléfono y descubres que no tiene línea, te sientes más y más intranquila con cada relámpago que hace temblar las siluetas de afuera, con cada trueno que hace temblar la casa, con cada latido que te hace temblar a ti, semidesnuda en la confortable cama, con la calefacción de la casa encendida, con la luz ahora encendida, porque te has levantado y tus tripas delatan que no cenaste nada. Decides bajar a la cocina por algo de leche, caminas con la seguridad que te da tu metro ochenta, tus ojos verdes, tus pechos de dos millones cada uno, tu cintura de avispa, uff, en que estaba?. Ah, si. Bajas las escaleras y un rayo ilumina monstruosamente sobre el oscuro suelo y paredes del primer piso la chinesca sombra de tu gato que mira la lejanía desde el alfeizar de la ventana.
Prendes luces de camino a la cocina, tus verdes pupilas reaccionan cerrándose a contacto de la luz interna del refrigerador, buscando la leche. Tus vellos se erizan, quizás por el frío aire del aparato, quizás por un oscuro presagio, quizás por lo que yo se, pero aun no pasa por tu clara mente.
Un rayo ilumina el exterior de la antigua casona que te heredara tu abuela, más ahora que con el último trueno y resplandor ha quedado completamente a oscuras, los fusibles- piensas con esa seguridad que te envidio- pero como conoces mejor que tu cambiante estado mental esta casa decides volver a tientas hasta tu cama.
Subes la escalera tomada del pasamanos, pero en la mitad del camino el gato se mete entre tus pies y te hace caer de bruces. Dolor, Pierna, Tobillo, sientes la hinchazón de un esguince. Toc, Toc, Toc, Toc, algo pesado camina sobre el piso del balcón exterior de la fachada de la casa. Un rayo ilumina los ojos del gato que se lame sobre la alfombra del primer piso. La puerta se abre con un sordo ruido que solo es ocultado a medias por un trueno. Nadie habla, guardas silencio mientras arrastrándote terminas de subir la escalera. Toc, Toc, Toc, Toc, pesados pasos retumban sobre e parquet. Tu ahora paralizado gato lanza un terrible maullido y al asomarte a la baranda ves un bulto informe que devora algo sobre la alfombra de abajo. Eso vuelve algo como una cabeza hacia ti y ves unos vacíos ojos que te miran por una milésima de segundo mientras intentas huir, una milésima de segundo que te parte en dos el alma, una milésima de segundo en que comprendes que comprender la naturaleza de esa cosa no es tema, sino matarla si sube por a escalera. Toc, Toc, Toc, Toc. Definitivamente está subiendo, porque un hedor de muerte le precede, como respirar el olor de un silencioso suicida que ha sido descubierto por la pestilencia de su cuerpo luego de semanas de silenciosa descomposición. No puedes tenerte en pie, buscas a tientas el estudio de tu padre, sabes que guarda un arma en algún cajón. Ahora estás segura de que sube la escalera. te arrastras por la desgastada alfombra y te metes tras el escritorio de tu padre. Abres un cajón. Fotos, papeles, lápices, nada, una caja de plata, al abrirla descubres balas. Bien, El siguiente cajón está vacío, salvo por un manojo de llaves, maldices a tu padre por no dejar a mano el maldito revolver, pruebas y pruebas llaves para l último cajón, escuchas un gemido que más parece un olfateo, oyes como gira la perilla de la puerta, el olor no te deja respirar, envenenando el ralo aire del estudio, a medida que la puerta se abre se va haciendo insoportable, si, abres el cajón y encuentras el arma envuelta en un pañuelo, comienzas a cargarla, pero tus dedos tiemblan y la segunda bala resbala de tu mano produciendo un extraño ruido sobre la madera del piso, mientras la criatura salta sobre el escritorio. Ves innumerables dientes, innumerables ojos, innumerables yagas, el momento se hace eterno, mientras cierras la recámara y disparas tu única bala sobre la bestia.

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