viernes, 26 de octubre de 2012

Cotidiano

           Hoy recordé. Hoy viví. Hoy volví a soñar con un mañana, hoy le sonreí a una desconocida que posó sus ojos en mi. Hoy hablé con gente nueva, vi caras nuevas. Compartí con amigos de otros tiempos y recordé que existen, hoy comí chorrillana contando chistes machistas, hoy tomé café colombiano con tabaco rubio enrollado por las mágicas manos de Chantal. Hoy recorrí Valparaíso con Back in Black en mis oídos. Hoy viví.
           La ciudad cambia tanto con los días y las noches en fuga, con calor o frío, con o sin dinero, con o sin futuro, con o sin deber o rumbo.
          Las costras de mis heridas escocen y al retirarlas la sangre mana a borbotones. La costa se traga los barcos.
          La gente se junta en la plazoleta mientras el frío arranca volutas de blanco vapor de sus doloridas bocas, con el tatuado carmesí de un labial barato tiñendo los dientes de las ancianas y un vagabundo que se mira las palmas de las manos, como preguntándose que fue lo que salió mal, porque no pudo construir su vida con esas manos.
          La gente pasa sin tomarlo en cuenta, lo esquivan, pensando que quizás les pedirá dinero o está loco y hará algo estúpido, la gente en la ciudad nunca se permite hacer algo estúpido, solo hacen lo esperado, caminan por la izquierda para que los que van en contra pasen por la derecha, compran en las mismas tiendas en los mismos días, celebrando fiestas que realmente no comprenden mientras un vagabundo sentado sobre la cuneta se mira las sucias manos, esperando morir solamente para dar a parar a la fosa común, ojala acompañado de sus perros, sabiendo sin embargo que no tendrá siquiera ese retorcido placer final, pues estos  irán a parar seguramente a un basurero o morirán atropellados y quedarán por semanas pegados al asfalto.
           La ciudad cambia tanto de una persona a otra, uno pasa raudo en su lujoso auto, mientras un hambriento vagabundo engulle con los ojos las galletitas y sándwiches de los oficinistas que toman lindos cortados tras las vidrieras de un café. Los escolares rallan sus mochilas con corrector y pegan chapitas de colores, las señoras antiguas con sus bolsas de compras caminan con temor y sin paciencia, los taxistas engullen el asfalto para conseguir un pasajero y los trolleys se echan a dormir en las principales arterias cuando les da la gana.
            La ciudad se tiñe de noche y sus habitantes se refugian tras las rejas de las ventanas, los que quedan caminan más a prisa y ocupan ya las sombras los seres de la noche, surge el comercio ilegal y la trampa, mientras un vagabundo se tapa con cartones y diarios en la hermosa puerta de un cerrado banco, cuidado por sus perros y adormecido por el vino, hasta que el sol salga y pueda volver a sentarse y por horas mirar las palmas de sus inútiles manos en alguna banca o cuneta, mientras devora las galletitas de los oficinistas que se toman su cortado tras el cristal, mientras los escolares en corro pasan con sus ralladas mochilas y mientras la vida continúa, intratable y terrible, arcaica y lasciva, permitiéndome por ahora seguir adelante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario